miércoles, 25 de febrero de 2009

LO MAS DIFICIL,,SER HUMILDE

5. La raíz de toda conversión: LA HUMILDAD

La humildad es necesaria para el crecimiento en la vida espiritual

Nos hemos dado cuenta que para ser santos, para convertirnos en otro Cristo, debemos aceptar nuestra condición de criaturas: salimos de Dios, somos de Dios y regresaremos a Dios. Esta verdad, tan sencilla y que se expresa de un modo tan concreto, nos cuesta mucho trabajo vivirla. No nos gusta que nadie nos diga lo que tenemos que hacer. Las pasiones, que se reflejan principalmente en nuestro defecto dominante, llegan a apoderarse de tal manera de nuestra vida, que hay ocasiones en las que no sabemos quien vive en nosotros: no distinguimos ya entre nuestros propios deseos y las órdenes que nos lanza nuestras pasiones y nuestro defecto dominante. Hacemos de nuestra vida un modo para satisfacer y dar gusto a nuestro defecto dominante.

Es cierto que con nuestro programa de reforma de vida, estamos creciendo interiormente, pero mientras no tengamos una clara conciencia de que somos criaturas de Dios, de que dependemos de Él, nuestro avance será lento en el camino para adquirir la santidad. Estaremos construyendo nuestra santidad en la arena y no en roca firme, como nos sugiere el Evangelio. Podemos entusiasmarnos por unos días, por unas semanas, o por unos meses en este camino que hemos emprendido. Pero tarde o temprano, si en la base de este combate contra el defecto dominante no está la humildad, nos desanimaremos y dejaremos de realizar cualquier esfuerzo para seguir adelante.


¿Qué debemos hacer para ser humildes?

Toma tu evangelio y ábrelo en el capítulo 15 de San Lucas, de los versículos 11 al 31. Ahí Cristo nos relata la historia del hijo pródigo. ¿Cuántas veces hemos meditado estas parábolas? Ahora quiero que las leas con calma, saboreándolas y aplicándolas a tu vida, principalmente a tu programa de crecimiento interior. Detente un poco en esta frase: “Y entrando en sí mismo dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros. Y, levantándose, partió hacia su padre.” (Lc. 15, 17-20)

Para ser humilde debemos seguir los pasos de este hijo pródigo en ese momento, que es el momento de su conversión. Este hijo pródigo, después de desperdiciar la herencia, se da cuenta que lo ha perdido todo:¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Él, como nosotros, ha malgastado la hacienda que le ha dado su padre, que no es otra cosa que la capacidad de ser Hijo de Dios. Nosotros como criaturas nos hemos revelado frente a Dios, como los ángeles caídos (2Pe, 4) y le hemos dicho que preferimos seguir con nuestro defecto dominante que seguirlo a Él.

La humildad es reconocerse criatura de Dios. Y muchas veces criatura alejada de Dios por el pecado.

La humildad no es una lamentación de nuestra condición de pecadores que se han alejado de Dios, sino constatación de una verdad: soy hijo de Dios, soy criatura. Y como criatura que soy debo seguir las indicaciones de mi Creador. Lo que sucede es que muchas veces no sigo esas indicaciones, sino que sigo las indicaciones de mi pereza o de mi soberbia, es decir, de mi defecto dominante.

Muchos autores espirituales de nuestros días han expresado esta idea con diversos simbolismos. Escuchemos a uno de ellos:

“Yo anhelo, Señor, esta santa indiferencia
que me anulará a mí mismo para fundirme en Ti.
Y poder yacer en tus manos como fiel de balanza
Para que Tú lo inclines hacia donde se te antoje.

Y como papel en blanco,
Para que en él escribas lo que quieras.
Y como agua cristalina entre tus manos,
Para que Tú la viertas en el vaso que te plazca.
Y como barro de alfarero,
Para que Tú lo moldees como te convenga.
Y como borrico de carga,
Para llevarme donde más me necesites.

Y como niño de pecho en brazos de su madre,
Para no poder ir donde Tú no vayas
Y para ir contigo siempre a dondequiera que Tú fueres.

Y como baratija en manos de un niño
Para que a tu antojo, te diviertas o me destroces...
Mas, ¡qué alta está, Dios mío,
la cumbre de esta perfección!
¡Y cómo se enredan en mis pies
los ásperos matorrales de sus senderos!”


Esta es la cumbre de la perfección a la que estamos llamados: como criaturas de Dios depender en todo de Él, sabiendo que sólo en Él se encuentra la felicidad. Lo que sucede es que tratamos de llenar esa felicidad con mil y un sucedáneos: cosas materiales, afectos, sentimientos, ansias de poder y todo lo que nos proponen nuestras pasiones a través de nuestro defecto dominante.

Pero ser humilde no es buscar en el exterior las cosas que nos hagan ser más humildes. Humilde no es el que vive arrumbado en un rincón, lejos de la vista de todos, con la mirada siempre agachada, temeroso de que lo vean. Esa puede ser una caricatura de la humildad y esconder ahí una gran soberbia. Humilde es el que se reconoce como hijo de Dios y basándose en ese reconocimiento acepta las condiciones de esa filiación, acepta las condiciones de la amistad con Cristo. Que esas condiciones le piden aceptar una enfermedad, o un malestar físico pasajero... pues las acepta gozoso porque es humilde y se sabe que es lo que Dios quiere de Él en ese momento. Que a su esposo le ha ido bien en el negocio y pueden disfrutar de un fin de semana extra o comprarse un vestido nuevo, pues lo acepta por que en esos momentos es la voluntad de Dios y no lo anda presumiendo entre sus amigas. Que uno de sus hijos está pasando por un mal momento y necesita quizás un poco más de comprensión y cercanía... como es humilde sabe renunciar quizás a una tarde de dominó con los amigos y decide invitar a ese hijo o hija a cenar, a tomar un café y platicar con él o con ella, a estar cerca de él. Que en la Universidad me han ofrecido el plan de irme de vacaciones de Semana Santa a una playa de ensueño, pero sé que también podría dedicar ese tiempo para catequizar a comunidades que pocas o raras veces tienen la oportunidad de escuchar la palabra de Dios... como es humilde sabe posponer los planes personales por los planes de Dios.

No podemos dar un recetario mágico ni una casuística pormenorizada de los casos en que se vive la humildad. Debemos partir de la base que cada uno debe reconocerse como hijo de Dios para aceptar las condiciones de esta filiación y de esta amistad. Esto requiere mucha reflexión. Mucho dominio de sí mismo y mucha valentía. La humildad es una virtud para almas fuertes, para almas que quieren ser santos y no para almas apoquinadas que se conforman con “ir tirando más o menos” en su vida de cristianos.

Tienes la meta que es tu conversión, tu santidad. Tienes los medios que son tu programa de reforma de vida, tu programa de crecimiento interior. Tienes el motor motivación-orden, que es tu fuerza de voluntad. Pero si no tienes la base que es la humildad para reconocer lo que eres, en donde te encuentras y hacia donde quieres llegar, no podrás avanzar mucho en tu camino hacia la santidad.

Para ser humilde debes reconocerte en todo momento como hijo o hija de Dios. Y cuando fallas, aceptar esas fallas como un alejamiento de lo que Dios quiere de ti. Eso lo veremos en el siguiente artículo, cuando hablemos de las fallas en tu condición de criatura. Te dejo con unas claves de la humildad que te ayudarán a vivir cada día tu condición de criatura. No son fáciles de leer, porque no son fáciles de vivir, pero bien vale la pena hacer el esfuerzo.

Estas claves te recordarán a cada momento lo que debes ser. A veces parecerán duras, pero en realidad llevan una gran sabiduría espiritual. Intenta vivir una cada día. Verás como al final de un tiempo tú mismo acabarás por no reconocerte. Empezarás a ser verdaderamente una criatura de Dios: hijo de Dios y hermano de Jesucristo.



Las claves de la humildad.

Librame Jesús del deseo de ser:
Estimado
Amado
Proclamado
Ensalzado
Alabado
Preferido
Consultado
Aprobado
Justipreciado

Librame Jesús del temor de ser:
Humillado
Despreciado
Despedido
Rechazado
Calumniado
Olvidado
Ridiculizado
Injuriado
Sospechoso

Librame Jesús del disgusto de que no se siga mi opinión

Jesús, que los demás:
Sean más amados que yo
Sean preferidos a mí
Crezcan en la opinión del mundo y yo disminuya.
Sean llamados a ocupar cargos y yo relegado al olvido
Sean alabados y nadie se preocupe de mí
Sean preferidos a mí en todo.

martes, 17 de febrero de 2009

EL CAMINO DE LA CONVERSION

Autor: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net
4. El camino de la conversión
Dios me quiere de un modo muy preciso en cada uno de los lugares en donde me muevo.

No sé si has sido capaz de llegar a este punto de tu programa de crecimiento interior. No se trata sencillamente de haber llegado leyendo hasta aquí, sino de haber llegado viviendo todo lo que hemos comentado hasta este punto. Te invito a hacer un pequeño balance de lo vivido hasta ahora, a través del siguiente cuestionario. Es cierto que muchas veces nos da miedo revisarnos. No hay que tener miedo. Estos auto-exámenes no se califican por un maestro. Aunque, escribiendo esto he pensado que he mentido. Realmente si reciben una calificación y esta calificación la da uno de los jueces más rigurosos de toda la historia: nuestra propia conciencia.

Anímate, deja que tu conciencia sea la que califique el cuestionario.


Cuestionario.

1. ¿He cumplido con mi programa de crecimiento interior?
Sí____ No____
¿Por qué?

2. ¿Qué resultados prácticos, tangibles he obtenido con mi programa de crecimiento interior?

3. ¿Ya tengo hecho mi horario personal?
Sí____ No____
¿Por qué?

4. ¿Cumplí alguno de los tips de la formación de la voluntad?
Sí____ No____¿Por qué?
¿Cómo han influido esos “tips” en mi conversión interior?

5. ¿Qué medios concretos voy a seguir poniendo para aprovechar mejor este curso de “Luces?”


¿Qué calificación obtuviste? Lo importante no es la calificación, sino las actitudes que has venido desarrollando a partir del momento en que has comenzado tu programa de crecimiento interior, que no es otra cosa que tu programa de conversión. Y es que quizás, lo más difícil de aceptar en nuestro camino de conversión es constatar que no somos lo que deberíamos de ser. Y esto, que suena un poco a trabalenguas, no es un trabalenguas sino una de las verdades dela vida espiritual más profundas y verdaderas: no somos lo que estamos llamados a ser. Lo que deberíamos ser.

Te invito a hacer un viaje por la Biblia y a descubrir esta realidad. Toma tu Biblia en el libro del Génesis capítulo 3, versículo 8. Ahí lees lo siguiente: “Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín.” Nos damos cuenta que Dios acostumbraba venir a la hora de la brisa, a platicar con el hombre, con el dueño de la creación, con aquél que es su imagen y semejanza. Lo había creado de tal forma que Dios podía verse en el hombre y el hombre a su vez podía verse en Dios. Pero después de la caída, que te invito a leer en el mismo libro del Génesis, versículos del 1 al 7, el hombre, se ha movido del lugar en que Dios lo ha dejado. Ya no está en el puesto en que Dios lo dejó, se ha movido de lugar.

Movernos del lugar donde Dios nos quiere puede encerrar la verdad de una vida alejada de Dios, hecha de acuerdo a lo que nosotros creemos que es lo verdadero y no hecha de acuerdo a lo que Dios quiere para nosotros. Nuestro defecto dominante no es ni más ni menos que esa fuerza que nos mueve del lugar en el que Dios nos quiere. Dios me quiere, por ejemplo como un esposo fiel, un padre providente y atento a las necesidades de mis hijos y un hombre honrado en mi trabajo. Ahí es dónde Dios me quiere, ésa es la forma cómo Dios me ha pensado desde toda la eternidad. Pero si “muerdo el anzuelo de la tentación” como Adán y Eva y soy un marido infiel, un padre despreocupado de la formación de sus hijos y un hombre que en negocio hace triquiñuelas disfrazadas de legitimidad, entonces dejo de ser lo que Dios ha querido para mí. Y este mismo ejemplo lo puedo aplicar a mi caso personal, como esposa, como madre, como hija, como estudiante de universidad o preparatoria.

Dios me quiere de un modo muy preciso en cada uno de los lugares en donde me muevo, con las amistades que frecuento, con las palabras que digo. Nada escapa a esa imagen que Él quiere para mí. Y que por otro lado, cumpliendo con esa imagen, seré plenamente feliz, con una felicidad semejante a la que tenían Adán y Eva en el Paraíso. Porque viviendo la vida de gracia que no es otra cosa que vivir en amistad con Dios a través de la huída del pecado mortal y venial, viviré con una felicidad plena y total.

Mi defecto dominante es esa fuerza que me lleva a dejar de ser lo que tengo que ser. Llamado a ser hijo de Dios, prefiero vivir de acuerdo a lo que yo pienso que me puede hacer más feliz. Pero al reconocer que me he equivocado, que no voy por el buen camino, estoy ya haciendo mucho en mi labor de conversión: estoy siendo humilde y la humildad es la clave de la conversión, la clave de mi crecimiento interior.

De nada me sirve cumplir con mi programa de vida si no acepto que me he desviado de lo que Dios quiere para mí. Ya lo dice Juan Pablo II en su encíclica “Redemptoris missio”, número 43: “La Iglesia y los misioneros deben dar también testimonio de humildad, ante todo en sí mismos, lo cual se traduce en la capacidad de un examen de conciencia, en el ámbito personal y comunitario, para conseguir en los propios comportamientos lo que es antievangélico y desfigura el rostro de Cristo”.

Acercarnos a este rostro de Cristo, como el mismo Juan Pablo II nos lo dice en la carta apostólica Novo Millenio Ineunte:“Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el camino ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.” (Cfr. no. 16)

Y al contemplar el rostro de Cristo, podemos contemplar la imagen a la cual debemos tender. Ser hijos de Dios es ser hermanos de Cristo y es tenerlo a Él como modelo de vida. Nos sucede muchas veces que nos perdemos en este esfuerzo por alcanzar la santidad, por luchar contra nuestro defecto dominante, por ir adquiriendo cada día más las virtudes que debemos. Pero sucede que vamos como caminante sin guía, sin un punto fijo al que debemos arribar. Quiero ser más santo, quiero estar más cerca de Cristo. Y eso está muy bien. ¿Pero quieres parecerte a Cristo, quieres ser como Cristo? Y ante estas dos preguntas nuestras rodillas nos tiemblan, los ojos se nos saltan de asombro y la voluntad no se mueve para nada. ¿Puedo yo ser como Cristo? Es que precisamente esta es la pregunta base de nuestra conversión, de nuestro crecimiento interior, en un a palabra, de nuestra santidad.

La posibilidad de serlo nos la da el mismo Cristo: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Podemos serlo, en la medida de nuestra humanidad. Pero lo seremos en realidad en la medida de nuestra humildad. Mientras no reconozcamos que estamos alejados de Cristo, mientras no reconozcamos que estamos llamados a copiar en nuestras personas la persona y el rostro de Cristo, mientras no aceptemos que estamos alejados de Cristo, entonces no lograremos avanzar en nuestro camino de santidad y de conversión interior.

¿Qué necesito para ser santo? Reconocer lo que soy: un hijo de Dios, llamado a imitar a Cristo, pero alejado de esa imagen por el pecado y principalmente por mi defecto dominante.

¿Cómo puedo ser humilde? ¿Cómo puedo vivir sustancialmente en mi vida práctica la humildad? Esto lo veremos en nuestro siguiente artículo.

martes, 10 de febrero de 2009

Proyecto de vida 4

Autor: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net

3. Para fortalecer mi voluntad.........

Existen muchos peligros que no nos dejan practicar nuestra fuerza de voluntad.

Vamos a recordar un poco la definición de la fuerza de voluntad “Es la facultad capaz de impulsar la conducta y dirigirla hacia un objeto determinado, contando con dos ingredientes básicos: la motivación y la ilusión”.

En nuestro artículo anterior dimos a conocer algunas herramientas para fortalecer nuestra voluntad. Algo así como una “gimnasia para fortalecer la voluntad”. Como toda facultad, si no se usa, puede atrofiarse. Y la voluntad también puede atrofiarse cuando no se practica. Existen muchos peligros hoy en día que no nos dejan practicar nuestra fuerza de voluntad. Vamos a explicar algunos de ellos y así estar conscientes del efecto que pueden causarnos en nuestro camino para alcanzar la santidad.

El primer enemigo de nuestra voluntad somos nosotros mismos, es decir, la falta de confianza en nosotros mismos. Al proponernos un ideal tan alto como es el de la santidad nos puede parecer un ideal tan alto que lo convertimos en una quimera, es decir en un sueño, en una idea buena, pero inalcanzable. No nos sentimos capaces de llegar nunca a nuestra meta. Nos descorazonamos antes de comenzar. Esta actitud paraliza de raíz nuestra voluntad, puesto que muy en lo interior de nosotros mismos sabemos que no vamos nunca a ser santos. No se trata de ser ingenuos y pretender alcanzar la santidad sólo con buenos deseos o en un abrir y cerrar de ojos, como tantas veces lo hemos repetido a lo largo de esta serie de artículos. Pero si desde el principio desconfiamos de nosotros mismos, nos desalentamos, entonces paralizamos automáticamente la voluntad.

¿Cómo va a ser posible que la voluntad me lleve a cumplir los propósitos de mi programa de reforma de vida, si en el fondo yo creo que no voy a conseguir nada objetivo en orden a la santidad? Y esta actitud muy bien puede tener su origen en la soberbia o en la sensualidad.

Soberbia porque no quiero dejar de ser como soy para transformarme en lo que Dios quiere que sea. Es una soberbia muy sutil, muy “encaramelada” muy cubierta de buenas formas: “así soy yo”, “yo no he nacido para esto”, “me conformo con no hacer mal a nadie”. Y puede darse también una actitud de sensualidad porque sabemos que el cambio implica sacrificio, dejar posturas cómodas, hábitos arraigados y ante la lucha nos viene temor, dudamos, no estamos seguros de nosotros mismos.

Otro obstáculo para lograr una voluntad grande y fuerte es el formado por nuestros sentimientos. Nos dejamos llevar por los sentimientos de cada día. Hoy puedo haberme levantado con una gran ilusión por ser santo, pero... mi marido no se despidió de mí con un beso como siempre sueles hacerlo..., mi jefe en el trabajo me impuso unas órdenes que a mí no me corresponden cumplir..., el profesor en la clase fue injusto conmigo y me dejó más tarea que a los demás... Y cada uno de estas circunstancias nos golpean nos hieren. Eso es normal. No somos de palo y si Dios nos ha dado una sensibilidad es para enriquecer nuestro espíritu, para vibrar con las necesidades de los demás, para comprender el dolor ajeno. Los sentimientos son pasajeros: van y vienen. Pero nuestra razón debe imponerse a ellos, es más debe aprender a gobernarlos y así, puede aprovechar aquellos sentimientos positivos y rechazar los negativos. Si yo en la mañana me levanto con ganas de comerme el mundo, pero el día que está nublado y lluvioso hace que me deprima y que me quede en la cama o que salga con una cara de enfado y malestar, señal es que soy una persona que se deja llevar por los sentimientos. Si por el contrario, tengo metas claras y una voluntad forme, entonces aprovecharé ese sentimiento positivo con el que amanecí y encauzaré las ganas de comerme el mundo en forma positiva para cumplir con perfección mi deber. Y si el día está nublado pues aplicaré lo de “al mal tiempo, buena cara”. Es decir, que teniendo una voluntad firme, no me dejaré llevar por los sentimientos. Dejarme llevar por los sentimientos es soltar el timón de mi vida y dejarla al garete de las circunstancias, de los hechos, de las emociones. De esa forma el barco no puede llegar a ningún puerto.

Otro peligro que puede atacar mi voluntad, hasta el punto de paralizarla es el hedonismo. Tener el placer y la comodidad como el máximo valor en mi vida y por lo tanto, encauzar todo mi ser a la adquisición de aquellos bienes o circunstancias que me proporcionen mayor placer, mayor bienestar, mayor comodidad. Frente a un sacrificio que me pueda exigir mi programa de reforma de vida, si toda mi persona tiende a la ley del mínimo esfuerzo, no seré capaz de mover un solo dedo para sacrificarme y lograr la meta que me he propuesto. El hedonismo se va pegando en toda mi persona hasta tal punto que compromete mi libertad esclavizándola. ¿Te has preguntado cuántas veces has elegido lo más cómodo, lo más fácil, lo más inmediato, porque te hacía sentir bien? ¿Eres capaz de sacrificar un poco de charla insustancial con las amigas o con los amigos para dedicar ese tiempo a algún apostolado o alguna acción social en beneficio de los más necesitados? Preguntas sencillas, como las de una encuesta, pero que nos permiten conocer hasta qué punto estamos esclavizados por lo más inmediato, por lo que nos proporciona un placer pasajero.

Estos son los peligros que pueden enredar y entorpecer mi voluntad hasta llegar a atrofiarla. Con la voluntad atrofiada no podré conseguir nunca mi meta de alcanzar la santidad.

Para fortalecer mi voluntad, además de hacer esos actos voluntarios en los que yo me niego a mí mismo con el fin de ejercitar el “músculo” de la voluntad y así siempre tener flexible en cualquier momento, debo contar con un mot-or. Mot-or viene de la unión de dos palabras claves en la formación de mi voluntad. Mot: de motivación. Or: de orden.

Motivación. No es fácil ponernos metas en nuestras vidas. Más difícil es luchar por conseguirlas. Y muchísimo más difícil es tener constancia para adquirirlas. Si yo no estoy motivado por alcanzar esas metas, como los boxeadores “voy a tirar la toalla” a la mitad de la pelea, o.. cuando comience lo difícil de la pelea. Estar motivado no es sólo “desear” hacer las cosas. Estar motivado es quererlo alcanzar y tener siempre en mente el ideal al que queremos llegar. ¿Te acuerdas de la imagen del espejo que utilizamos al comienzo de esta serie de artículos? Bueno, pues estar motivado es tener siempre presente esa imagen, ese modelo que queremos alcanzar. Y nuestro modelo por excelencia es Cristo. Debemos, como nos invita el Papa en la Carta Apostólica Novo Millenio Ineunte no. 1 aprender a “contemplar el rostro de su Esposo y Señor”. Ver a Cristo, no como alguien lejano, perdido en el pasado histórico, sino como nuestra meta. Alguien al que debemos imitar, al que debemos seguir de cerca. Viendo su rostro podremos tener la motivación necesaria para alcanzar la santidad, para no desfallecer en el camino. Si no tenemos constantemente presente ese rostro, nos desalentaremos frente a los fracasos y dejaremos de luchar por alcanzar la santidad de vida a la que estamos llamados. Ver el rostro de Cristo es revisar cada noche nuestro programa de reforma de vida, aceptar humildemente nuestras derrotas, dar gracias por los éxitos y proponernos ser mejores el día siguiente para parecernos, para convertirnos más a Cristo. Ver el rostro de Cristo y motivarnos en nuestra vida, debe ser una misma cosa.

Orden Trabajar con orden, con método. Trabajar con nuestro programa de reforma de vida. En los negocios, en los proyectos, existe una ruta crítica que debemos seguir; un programa una guía un calendario. Los pilotos de vuelos, los capitanes de barco siguen una bitácora de viaje para llegar a tiempo y sanos y salvos a su destino. Los mejores platillos en la cocina se preparan siguiendo minuciosamente las recetas. Las tareas en la escuela se realizan siguiendo un orden. Si queremos conseguir algo estable y duradero debemos seguir un orden. Lo mismo en nuestra vida espiritual. Hay que fijarnos metas, hay que dar los pasos necesarios para adquirir esas metas. Es necesario un orden. Tu puedes fijarte en tu programa de reforma de vida las metas para cada mes. Recuerda lo que decía Tomás de Kempis en su libro “La imitación de Cristo”: “Si cada año quitáramos de nuestra vida un defecto, al final de nuestras vidas seríamos santos”. Pero para quitar un defecto cada año es necesario trabajar con orden, con constancia. “Festina lente”, despacio, que voy deprisa, decían los latinos. Tenemos prisa por ser santos, pero debemos trabajar cada día luchando por adquirir la virtud necesaria para combatir nuestro defecto dominante.

Recuerda el motor, motivación y orden en el momento de ponerte a trabajar en tu programa de reforma de vida.

martes, 3 de febrero de 2009

Proyecto de vida 3

Saludos,aqui la tercera entrega de los consejos para llevar una plena, un proyecto de vida acorde a lo que Jesucristo quiere de nosotros,, podremos cumplirlo???
En esta ocacion nos dan consejos practicos,cuestionamientos que debemos hacernos a nosotros mismos para llevar un control de nuestras mejoras.


Autor: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net

2. Programa de crecimiento interior Luces que pueden ayudar al desarrollo del programa de crecimiento interior
Progreso de vida

Defecto dominante:

Principales manifestaciones:

Virtud a conquistar:



Luces

Decálogo para educar la voluntad.

1. Busca pequeños actos en los que puedas vencerte y luchar. Aunque caigas, levántate y vuelve a empezar.
2. Vence tus gustos y tus inclinaciones más inmediatas.
3. Mientras más motivación tengas, más fuerza de voluntad irás adquiriendo.
4. Fija para tu vida objetivos claros, precisos, bien delimitados y estables.
5. Busca en tu vida lo más arduo y difícil, por pequeño que sea.
6. Gobiérnate a ti mismo(a): no te dejes llevar por enfados, sentimientos o estímulos primarios o ajenos a ti.
7. Incluye en tu vida la constancia en tus actos.
8. Busca una sana proporción entre los objetivos y metas de tu vida y los instrumentos que utilizas para obtenerlos.
9. Incorpora la fuerza de voluntad en todos tus quehaceres.
10. La educación de la voluntad no tiene fin.


Tips para fortalecer tu voluntad.

1. Levántate a la primera, sin esperar a que suene dos veces el despertador.
2. No tomes alimentos entre comidas.
3. Deja de fumar durante ciertos días, o en ciertas horas,si no fumas remplaza esta actividad con algo que te implique un sacrificio,no tomar refresco,ver la television solo una hora diaria, etc.
4. No prendas el radio del coche durante ciertos días.
5. Puntualidad en todos tus compromisos (aunque sepas que otras personas van a llegar tarde).
6. Haz las preguntas de control durante todas las noches.
7. No tengas ni un minuto de ocio: habla por teléfono cuando sea necesario.
8. Propósito hecho, siempre cumplido.
9. Tener un horario en el día, no dejar nada a la improvisación.


¿Cómo hacer un horario?

1. Hacer un elenco de las prioridades del día, de la semana, del mes:
a) Responsabilidades como madre o padre.
b) Responsabilidades como esposa (o).
c) Responsabilidades como hijo: hijo de familia e hijo de Dios.
d) Responsabilidades sociales.

2. Jerarquizar dichas prioridades y encuadrarlas en un horario.
3. Prever lo necesario en tiempo y medios para cumplir con dichas responsabilidades.
4. Fijar en la agenda un tiempo para la preparación y cumplimiento de mis prioridades.
5. Saber decir NO frente a los imprevistos no prioritarios.
6. Dedicar un tiempo a la formación personal.
7. Dedicar un tiempo a las preguntas de control.


Ejercicio dinámico para vivir el secreto de la felicidad.

1. Toma tu programa de crecimiento interior.
2. Medita en el hombre o mujer perfecto, imagen de Dios que llevas dentro de ti.
3. Proyecta esa imagen a tu vida actual y señala con una cruz o con una paloma el cumplimiento de las siguientes pautas de la felicidad y lo que puedes hacer para alcanzarla.

Guía rápida y sencilla para hacer de la oración una fuente de crecimiento interior.

1. Buscar el mejor lugar y el mejor momento para hacer la oración. Recordar que Dios habla en el silencio.
2. Buscar un texto adecuado para mi crecimiento interior. Un texto que me ayude a combatir mi defecto dominante: un libro de algún autor espiritual, el evangelio, algún libro sugerido por una persona avanzada en su crecimiento interior.
3. Ponerse en presencia de Dios. Saber que Dios me escucha y que está presente en la oración:
a) Acto de fe: creo Señor en ti. Ayúdame a seguir creyendo.
b) Acto de esperanza: confío en tu ayuda, en que me darás “el agua” de tu gracia para seguir creciendo interiormente.
c) Acto de caridad: te amo porque eres infinitamente bueno y porque a Ti solo debo amarte con todo mi ser.

4. Pedir la ayuda del Espíritu Santo para que me guíe y me ilumine en la oración.
5. Abrir el alma y aceptar cumplir la voluntad de Dios: “Señor, yo quiero cumplir tu voluntad”.
6. Leer el texto seleccionado en forma pausada, buscando que las palabras hablen a mi alma, más que a mi inteligencia.
7. Detenerme en el momento en que una idea ilumine mi alma o sienta que me ayuda en mi crecimiento interior.
8. Preguntarme: “¿Qué es lo que Dios quiere de mí?
¿Qué es lo que Dios quiere que haga?
¿Cómo puedo cambiar mi vida, de acuerdo a lo que he leído?”
9. Atrapar la gracia: identificar lo que tengo que hacer para cumplir con su voluntad.
10. Llevar la gracia a mi corazón: querer cumplir en el corazón lo que Dios me ha pedido.
11. Identificar los medios prácticos para llevar lo visto en la oración a la acción. Escribirlo, si es necesario.
12. Agradecer a Dios las gracias recibidas.

Diferentes cuestionarios para un programa de crecimiento interior

Cuestionario 1.

1. ¿Llevé a cabo el balance del día, tratando de descubrir el defecto dominante? Sí____ No____
¿Por qué?

2. ¿Descubrí mi defecto dominante? Sí____ No____
¿Por qué?

3. ¿Ya tengo hecho mi programa de crecimiento interior? Sí____ No____
¿Por qué?

4. ¿He revisado durante todas las noches mi programa de crecimiento interior, mediante las preguntas de control? Sí____ No____
¿Por qué?


Cuestionario 2.

1. ¿He cumplido con mi programa de crecimiento interior?
Sí____ No____
¿Por qué?

2. ¿Qué resultados prácticos, tangibles he obtenido con mi programa de crecimiento interior?

3. ¿Ya tengo hecho mi horario personal?
Sí____ No____
¿Por qué?

4. ¿Cumplí alguno de los tips de la formación de la voluntad? Sí____ No____ ¿Por qué?
¿Cómo han influido esos “tips” en mi conversión interior?

5. ¿Qué medios concretos voy a seguir poniendo para aprovechar mejor estas “Luces”?


Cuestionario 3.

1. ¿Cuál ha sido mi mayor descubrimiento durante la semana pasada al continuar trabajando en mi programa de crecimiento interior?

2. ¿Cuáles fueron las manifestaciones de mi defecto dominante en las que más trabaje durante la semana pasada?

3. ¿Puedo decir que ya se están comenzando a notar los frutos de mi conversión? ¿En qué aspectos?
a) Conmigo mismo:
b) Con mi esposo (a):
c) Con mis hijos:
d) Con mis amigos y con la sociedad en general:

4. ¿Qué frutos he obtenido de mi purificación interior? ¿Siento que ya tengo la fuerza de Dios (su gracia) para trabajar más fuertemente contra mi defecto dominante?


Cuestionario 4.

1. ¿Qué actos de amor, de caridad realice la semana pasada?
a) ¿Con mi esposa (o)?
b) ¿Con mis hijos?
c) ¿Con mis amigos, familiares, vecinos?

2. ¿Puedo decir que he aprendido en esta última semana a ya no girar en torno a mí, sino en torno a Dios y a los demás?

3. ¿Cuáles fueron los actos de caridad que cumplí con más dificultad?

4. ¿Cuáles fueron los actos de caridad que cumplí más fácilmente?

5. ¿Puedo decir que cada día me acerco más al hombre perfecto que Dios ha puesto en mí?


Cuestionario 5.

1. ¿He comenzado a hacer mi oración de acuerdo a la guía que me han dado? ¿Por qué sí o por qué no?

2. ¿He comenzado a experimentar los frutos de la oración? ¿Mayor paz y tranquilidad? ¿Fuerza para continuar con mi programa de crecimiento interior? ¿Luz para mi vida?

3. ¿He comenzado a “atrapar” las gracias de Dios en la oración? ¿Cuáles han sido las gracias que he recibido en la oración, durante la semana pasada?

4. ¿Cuáles han sido los obstáculos o las dificultades más grandes que he enfrentado para cumplir con mi oración? ¿Cansancio? ¿Aburrimiento? ‘No le he dado la importancia debida?

5. ¿Qué voy a hacer para vivir mi oración la siguiente semana?


Cuestionario 6.

1. ¿Tengo profundamente gravada en mí la condición de creatura de Dios? ¿He procurado durante la semana pasada meditar en mi condición de creatura?
¿Cómo me ha ayudado esta condición de creatura en mi programa de crecimiento interior?

2. ¿Hice la semana pasada un balance de mis apegos personales?
¿A qué estoy más apegado?
¿Bienes materiales, personas, sentimientos?
¿Cómo puedo ir desapegándome de todo ello? ¿He comenzado ya con ese trabajo, o lo estoy dejando “para mañana”?

3. ¿Cómo va la humildad con relación a mi prójimo?
a. ¿Discuto acaloradamente? ¿de todo, aún aquello que no conozco?
b. ¿Soy flexible y condescendiente? ¿o duro de juicio?
c. ¿Busco la singularidad para llamar la atención sobre mí?
d. ¿Me preocupa conocer la opinión que sobre mí tengan otras persona?
e. ¿Busco la alabanza y la felicitación ajena?
f. ¿Busco que me atiendan?
g. ¿Me considero en la práctica “el eje del mundo”?

4. ¿Cuál es el trato que doy a las personas?
a. ¿Me llevo bien con todas o solamente con aquellas que “me caen bien”?
b. ¿Estoy abierto a escuchar la opiniones de los demás?
c. ¿Tengo un trato amable, educado, o por el contrario soy altanero?


Reflexiones sobre la conciencia.

1. ¿Qué tipo de conciencia descubrí que tengo?

2. ¿Registra mi sensibilidad los llamados de mi conciencia?
a. ¿Con respecto a mis relaciones con Dios?
b. ¿Con respecto a mis deberes de esposa (o)?
c. ¿Con respecto a mis deberes de madre o padre?
d. ¿Con respecto a mis deberes de hija (o)?
e. ¿Con respecto a mis deberes en la sociedad?

3. ¿Siento vivamente cuando he cometido a una falta en cualquiera de los aspectos anteriores? ¿o ya estoy acostumbrado?

4. ¿Qué he hecho por conocer la aplicación de la Ley de Dios en mi vida diaria? ¿He ido a la deriva, guiando mi conciencia según la opinión de los demás, o según lo que Dios me va indicando?

5. ¿Me cuesta seguir el llamado de mi conciencia? ¿Por qué?
a. ¿Por qué me exige sacrificio?
b. ¿Por qué me exige salir de mí mismo?
c. ¿Por qué ya estoy acostumbrado a un ritmo de vida?

6. ¿Qué medios concretos he puesto para seguir la voz de mi conciencia?

7. ¿Comprendo que la única forma de seguir creciendo en mi interior es el seguir la voz de mi conciencia, cumpliendo en la práctica con lo que ella me indica?

Esto esta muy dificil, pero con la ayuda de el SEÑOR lo vamos a lograr,,ANIMO ¡¡¡

Saludos , hermanas y hermanos, LA PAZ